Flor de un día Savia Andina
Oswald Arenas Oswald Arenas
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 Published On Apr 20, 2013

Huayna Picchu
tras los pasos del tiempo...
Cuando uno tiene la suerte de contemplar el Machu Picchu con sus propios ojos aumentan mucho las posibilidades de tener alguna epifanía, aunque sea atea. Empiezas a creer en lo increíble y en gestas que parecen sacadas de una de las historias épicas de la Ilíada o la Odisea de Homero. Y es que los incas estaban hechos de otra pasta, si no eran dioses al menos se codeaban con ellos, de eso no me cabe la menor duda.
Esa visión de los incas cargando aquellas descomunales piedras a más de 2.000 metros de altitud, seguido de alguna reflexión alocada, te suben muchísimo la moral. Te infunden un valor que quizás en otras situaciones no hubieras hallado en lo más profundo de tu ser y, por supuesto, te animan a emular a esos genios o locos que eran los incas. Mentiría si les dijera que el camino que lleva a la cima del Huayna Picchu está hecho para todos los públicos. Es una subida corta pero bastante dura, sobre todo si no haces deporte habitualmente o no estás acostumbrado a la altura de los Andes. La cumbre está ubicada a 2.667 metros de altitud, así que piénsalo bien.
La entrada al sendero de subida al Huayna Picchu está limitada a 400 personas diarias. La mitad a las 7 de la mañana y el resto a las 10. Es importante ser puntual porque se forman colas que dificultan todavía más la ascensión. Tienes que firmar cuando pasas por el puesto de control.
Como se nos pegaron un poco las sábanas nos tocó correr un trecho bajo una fina llovizna para llegar a tiempo al check-point. Para añadirle más dramatismo al asunto, la lluvia no había cesado de caer en toda la noche y había dejado el sendero un poco resbaladizo. Además, la niebla había pintado una escena digna de Cumbres Borrascosas así que el panorama se presentaba a priori un tanto peliagudo.
No obstante, hicimos de tripas corazón y tiramos hacia arriba con precaución. Fue una decisión un poco temeraria, pero ahora no me arrepiento para nada. Las vistas que nos regaló la subida al Huayna Picchu parecían sacadas del cine. Los riscos y la vegetación me recordaron a la Pandora de Avatar, sobre todo al principio del camino. Pero en este tipo de gestas épicas siempre llega algún momento que te teletransportas a la Tierra Media de El Señor de los Anillos, así somos los frikis. Por un instante me vi subiendo la escalera sinuosa de Cirith Ungol junto a mi Gollum.
Los escalones eran pequeños y resbaladizos, como una dentadura enferma, pero las vistas eran realmente espectaculares. En la cima hay unos restos de muralla inca que nos sirvieron para reponernos del esfuerzo y de improvisado mirador. Allí esperamos al resto de amigos y aguardamos a que la niebla abriera una ventanita que nos permitiera divisar Machu Picchu desde arriba. Cuando la borrasca nos concedió unos minutos de tregua por poco nos echamos a llorar, que escena tan conmovedora ¡Qué belleza!

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